Fragmento 47: Play Doh.

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Hace mucho tiempo que no dibujaba un ojo.

Younger than Him.

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Algunos de mis trabajos salieron publicados en "Younger than Jesus, Artist Directory", un libro que supuestamente presenta a los artistas más relevantes menores de 33 años alrededor del mundo.
Estoy muy feliz, pero hay tantos artistas que conozco que deberían estar acá, incluso más que yo. Mis respetos a todos ellos.

In wintertime.



Albert Ayler, 1965.

Versión favorita de summertime.

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A veces me siento a pensar con esa incertidumbre horrorosa en la distancia que existe entre yo y las cosas. Por ejemplo, la distancia que hay hasta que yo me levante de esta silla y alcance una polera, un polerón, abra la puerta y camine hasta el baño, me lave la cara. Luego encontrar mi mochila, perdida desde hace días en un desorden colectivo, luego llenarla con los tarros, latas, pinceles, brochas y rodillos que primero tengo que lavar bien, pues desde la última pintada que están en un tarro con agua, luego encontrar la puta tarjeta del transantiago o las llaves del candado de la bicicleta (seguramente será esta última la que encontraría primero y la que prefiero encontrar), luego una botella con agua, bolsas de plástico, la cámara de fotos que me regaló mi madre, pilas, el pentdrive que suena en mono y que hay que renovarle la música, zapatillas por supuesto, el polerón no es suficiente con este frío una chaqueta, espátula, papeles, el celular, la harmónica y bien. Estar a punto de salir y volver por el carnet de identidad, plástico identitario, y claro menos mal eso me acuerda de la mota. Luego ya a punto de cerrar la puerta quedarme pensando en que cosas me harán falta durante este viaje, mirar pegado el pasto que dejan crecer en la vereda, y que si te detienes un momento puedes ver que está moviéndose constantemente, en unos espasmos cortos y silenciosos; en ese momento pienso que quizás el pasto es el pelo de esa tierra, y la tierra por la que camino cada día es la piel de ese cuerpo que palpita, y ese mundo y así sucesivamente. Pico, pero estar a punto de cerrar la puerta, y cerrarla para dudar por completo de aquella decisión, jurando que algo fundamental me falta, bueno pero pico: ya cerré. Montar la bicicleta sintiendo el frío en la cara y recorrer calles en busca de una pared apta para pintar, tratando de escoger un lugar alejado de vecinos molestos, de preferencia un peladero o una casa o edificio en abandono. Viajar pensando en la distancia que hay entre esa pared y yo, donde está ese lugar que encontraré y que supone ser el correcto, fuera de discusión, en el momento en que este pintando? andar durante un rato, tratando de abarcarlo todo con la mirada, tratando pero finalmente, es sólo decidir y desplegarse. Tarros se abren con espátula y el resto de las cosas se distribuyen sin determinación en el suelo cercano al muro. ver la pared un buen rato, tratando de descubrir que wea esconde, o más exactamente que wea escondo yo, y luego de ver algo ponerse a pintar. Es en este momento cuando surge en mí un silencio muy grande, sin ser cursi pero el ruido de la calle desaparece y la gente de alguna manera también, todo, la conciencia de ciudad, de humano etc. Estado de trance, formas repetitivas, series, ritmos, escalas, idas y venidas de adentro de la pared hacia afuera, sentir la ausencia de errores porque hacer esto es hacer lo correcto simplemente, y de un momento a otro ver ya que no hay mucho más que hacer. En verdad, es ridículo hacer esto que estoy haciendo, tratar de describir lo que es pintar. Guardar con calma las cosas, mientras el frío se transforma en oscuridad que es un atardecer oculto para nosotros, y en eso pensar en la distancia que existe entre ese atardecer y yo. Tomar un par de fotos (al final nunca necesité la harmónica o la mota, pero es bueno tenerlas siempre a mano), subir a la bicicleta y vamos devuelta. Es una verdadera lástima que a veces me quede pensando esto en vez de ir a pintar.