Nunca había tenido que borrar un trabajo mío. No por este tipo de razones. De hecho las únicas veces que he borrado algo así ha sido para realizar otra cosa sobre lo anterior.
Desde antes de hacer el fragmento 42 en Galería Moto supe que sería una pintura que tendría un fin, digo un final un término, pero fue extremadamente extraño hacerlo, luego de la cantidad de trabajo que significo hacerlo y las maneras que tienen las pinturas callejeras para existir. Me acordaba a ratos de esas hermosas pinturas que hacen en el tibet con polvos de colores, que representa la imagen de un buda o que se yo, alguna deidad, y que simplemente existe para ser desecha. Valores del proceso, fin en sí mismo. Pienso en el interior y el exterior de las cosas, de la cosa en realidad, de su corta vida y su forma de despedida. Acogió a varios durante estas semanas, los reflejo desde dentro; y desde afuera, bueno quien sabe, fue mirado como cualquier otro acontecimiento barrial. El goce de pintar la pintura quedó subeditado a este ánimo sepulturero y a esta situación espiritual, el entierro. Nicagando como algo relacionado a la pena sino todo lo contrario, porque la situación sepulturera incrementó el goce de pintar la pintura.
Aquellas capas de piel, segmentos varios que componen la dermis con capas de densidad y sensitividad, cada una con una función determinada, y organismos varios que la recorren y falsamente llevan a la vida un sistema nervioso, circulatorio y etceteras, finalmente razones de ser de algo vagamente comprendido mas allá de caprichos estéticos y mejor es dejarlo así.
Aquellas capas de piel que componen entonces vida, organismos y sistemas que confluyen y se entrecruzan, fragmentos de algo para algo que existen en función uno del otro, o que por lo menos le darán esa impresión en el mejor de los casos, y que se suceden como un maquina autodependiente y llena de vida mientras sea, como el sueño de cualquier obra de arte. Este sistema que se articula y desarticula dentro de su marco de acción, dentro de este fragmento indeterminado y que improvisa su camino a medida que este acontece, es el mismo que determina el principio de su final. Quizas debería poner velas a este altar como haría Diego.
El sepultar una aparente vida tras capas y capas de tierra, el tomar la desición de embutirle la cola por la boca a la serpiente o de sacralizar una existencia para que perdure su recuerdo, como un cuerpo que fue y estuvo, se contrajo y se dilató cuanto pudo, hasta el endurecimiento. Que por las capas de tierra digo, desaparece lenta hacia el blanco y cae con velocidad bajo el violeta. Tierra blanca casi cal casi yeso, cubre la superficie de la piel al interior del recinto hasta no dejar rastro (esa es la idea), mientras el interior late o quizas se retuerce, si queremos ser melodramáticos, ante la posiblidad de verse enfrentado a una situación parecida. Al cabo de un día sólo hay blanco y en aproximadamente 3 horas una gran explanada violeta cubre el exterior.
El cuerpo en reposo descansa sin a histeria de tener sus organos a la vista de la gente, sino ya resguardado y protegido por los microorganismos de la tierra.
Aparentemente mi gesto queda mudo, por capas enormes que esconden el cuerpo, confiando aún en que late bajo esta y que ahora mi gesto es mayor, pues yo soy tu cuando hago esto; pues este es El gesto, todos los gestos metidos ahí; series de capas de colores que recubren capas de colores, explanadas, en este caso: la vibración del cuerpo que aún se percibe, gracias a una diferencia tonal del violeta.